Retener el valor de los productos dentro del sistema: del ecodiseño a la reparación
Prolongar la vida de un producto es clave en la economía circular, ya que minimiza los impactos ambientales y genera oportunidades de negocio y empleo.
A diferencia del modelo lineal, que produce, utiliza y desecha, la economía circular busca retener el valor de un producto dentro del sistema económico durante el mayor tiempo posible. La clave para lograrlo son los denominados Procesos de Retención de Valor (VRP, por sus siglas en inglés), que engloban las actividades que permiten ampliar la vida útil de un producto más allá de su duración esperada. Incluyen la reutilización, la reparación, la reacondicionamiento y la remanufactura, estrategias que reducen la extracción de recursos naturales, minimizan los residuos y las emisiones, y generan oportunidades económicas y de empleo.
Según el International Resource Panel de las Naciones Unidas, esto implica una «revolución en la forma en que producimos y consumimos: una transición de modelos intensivos en recursos hacia procesos eficientes y bajos en carbono, en los que la innovación actúa como motor de cambio».
Ecodiseñar para conservar
La retención de valor comienza en la fase de diseño. Es en este momento cuando se decide si un producto será duradero, modular, reparable o reciclable, y qué materiales se utilizarán para facilitar su reutilización o reacondicionamiento. Un buen diseño permite alargar la vida útil de los productos y reducir su impacto ambiental desde el origen.
Sin embargo, retener el valor de los productos implica ampliar la mirada y ir más allá del diseño: es necesario repensar los sistemas de producción y consumo, lo que supone implementar y escalar modelos de negocio circulares que permitan la retención de valor a través del mantenimiento predictivo, la remanufactura o el alquiler, entre otros.
Un ejemplo clásico de modelo de negocio circular es la servitización, que consiste en ofrecer el uso o la funcionalidad de un producto como un servicio, en lugar de venderlo como un bien físico. En este modelo, el fabricante o proveedor sigue siendo el propietario del producto y se encarga de su mantenimiento y gestión al final de su vida útil.
El derecho a reparar: un cambio de paradigma
Con el objetivo de impulsar un mercado de la reparación fuerte y competitivo y reducir los residuos generados por la sustitución prematura de bienes, en julio de 2024 entró en vigor la Directiva (UE) 2024/1799, también conocida como la Directiva sobre el derecho a reparar. Esta normativa obliga a los fabricantes a reparar sus productos de forma gratuita o, al menos, asequible, y a proporcionar a los consumidores las herramientas y la información necesarias para poder repararlos.
Así, deberán ofrecer servicios de reparación a precios razonables, garantizar el acceso a piezas de repuesto y ampliar la garantía de los productos reparados un año adicional. La directiva también prevé la creación de plataformas digitales para conectar consumidores con talleres locales y prohíbe prácticas que dificulten la reparación, como el bloqueo de repuestos o de software.
Esta directiva responde a una demanda clara de la ciudadanía, al menos en Catalunya. Según el estudio Activant la reparació a través del comerç, elaborado por inèdit por encargo del Consorci de Comerç, Artesania i Moda de Catalunya (CCAM), el 96 % de las personas encuestadas desearía encontrar más productos reparados en el mercado y el 80 % estaría dispuesto a pagar más por un producto reparable. Además, cerca del 70 % ha realizado alguna actividad de autorreparación y el 60 % ha llevado a reparar un producto en los últimos seis meses.
El ejemplo de Francia: el índice de reparabilidad

Para poder reparar un producto, este debe ser reparable. Aquí entran en juego tanto el ecodiseño, como ya se ha mencionado, como la transparencia del productor. Para abordar este segundo aspecto, Francia puso en marcha en 2021 el índice de reparabilidad, que todo producto debe incluir obligatoriamente en el punto de venta.
El índice, con una puntuación del 1 al 10, informa al consumidor sobre la facilidad de reparar un producto. Se aplica a lavadoras, teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles, televisores y cortacéspedes eléctricos, y se calcula según cinco criterios: disponibilidad de documentación técnica, facilidad de desmontaje, acceso y precio de las piezas de recambio y herramientas, además de criterios específicos según la categoría del producto.
Se espera que el índice de reparabilidad contribuya a conseguir una tasa de reparación del 60% en Francia
El objetivo es fomentar el consumo responsable e incentivar el diseño ecoeficiente, con la meta de alcanzar una tasa de reparación del 60 %. El balance hasta ahora es positivo y todo apunta a que es una herramienta útil tanto para promover la compra de productos más reparables como para animar a los fabricantes a incorporar el ecodiseño en sus productos.
¿Cómo puede ayudarte inèdit?
En inèdit contamos con una amplia experiencia en ecodiseño de productos y servicios y en el desarrollo de estrategias de negocio circular. Consulta nuestros casos de éxito para conocer algunos de los proyectos en los que hemos trabajado.