ARTÍCULO

La transición hacia la economía circular en el contexto de la Agenda 2030

Hace poco más de 100 años que un grupo de ganaderos de la Plana de Vic, entre ellos mi tatarabuelo Joan Solà, subieron a un tren en dirección a los Países Bajos con una misión: comprar vacas lecheras frisonas para llevarlas a la comarca No hablaban el idioma ni sabían exactamente cuáles serían las dificultades que se encontrarían por el camino, pero con un fajo de billetes escondidos bajo la faja y mucha determinación cruzaron Europa y volvieron a casa con unas decenas de cabezas de ganado.

La mayor producción lechera de las vacas frisonas les permitió poner en marcha un negocio de recogida de la leche en diferentes granjas de la Plana para venderla a través de una modesta red de lecherías en Barcelona, regentadas primero por los hijos y más tarde por los nietos de aquellos pioneros. A pesar de las averías mecánicas de las furgonetas de reparto, los sobrecalentamientos de los precarios motores circulando por carreteras en mal estado y tener que pasar los consumeros de la entrada de Barcelona (una especie de aduana municipal para los comestibles que entraban a los pueblos y ciudades) en un tiempo de estraperlo y corrupción generalizada, la leche de aquellas vacas frisonas llegaba a diario a la Ciudad Condal.

Así pues, mi abuelo Josep Solà creció y trabajó desde joven en las lecherías de la familia, entre pucheros, los utensilios para hacer la mantequilla, las enormes ollas donde pasteurizaban la leche, y los recipientes donde la disolvían con diferentes proporciones de agua para alargarla y ofrecer así alternativas más económicas a los magros bolsillos de la post-guerra. Los clientes más acaudalados completaban sus compras con un producto casi de lujo: unos yogures Danone que estaban fabricados localmente y repartidos a diario por furgonetas, en cajas de madera y envases de barro retornables.

A juzgar por las diferencias entre lo que estoy describiendo y la realidad que vivimos actualmente, podría parecer que han pasado siglos. Pero hace sólo 70 años que mi abuelo estaba detrás del mostrador de una lechería; 60 años de la ley de reforma de las haciendas locales (1962), que suprimió los consumeros, y hace 50, desde los años 1970, que, para bien y para mal, el mundo se ha acelerado (figura 1).

Figura 1. Evolución de la población mundial, el consumo de recursos y las emisiones

Cuándo actualmente hablamos de economía circular y descarbonización de la economía a menudo lo hacemos desde un marco mental que asume como normal la realidad que hemos vivido la generación presente y como mucho las dos anteriores, pero no es así. Venimos de una excepción, hemos vivido en una anomalía histórica de energía y recursos económicos que han permitido el progreso, el alargamiento de la esperanza de vida y la mejora del bienestar material para buena parte de la humanidad hasta niveles nunca vistos antes, pero que ha tenido un gran olvidado: el medio ambiente.

Según elÍndice de precios al consumo de McKinsey 1900-2010 [1]a lo largo del siglo XX el precio de las materias primas, a precios constantes, disminuyó, mientras el precio del petróleo se mantuvo constante y por debajo de 2 dólares el barril desde 1900 hasta las crisis del petróleo de los años 70 (figura 2).

Figura 2: Evolución del precio del petróleo entre 1900 y 2019

Esta circunstancia hizo posible el acceso a los recursos naturales, las cadenas de valor globales y el desarrollo de una enorme cantidad de nuevos materiales, especialmente los plásticos, que han revolucionado la forma de producir, envasar y consumir.

En los años 1980-90 los límites al crecimiento habían –aparentemente– desaparecido y, una vez disuelta la Unión Soviética, parecía que nada podría parar el modelo de vida occidental. Tenía que ser el fin de la historia [2], pero…

Cuando tomamos conciencia de vivir en una anomalía histórica

… la historia continuó, y ya entrados en los años 20 del siglo XXI las externalidades ambientales no asumidas durante décadas se han convertido en una losa que pone en riesgo la supervivencia de la humanidad. El sistema económico tal como lo conocemos hoy se ha construido sin tener en cuenta el impacto ambiental de la extracción de recursos naturales, de la destrucción de la biodiversidad, de las emisiones de gases de efecto invernadero, la generación de aguas residuales y de residuos sólidos, etc. El problema de fondo es que si contaminar sale gratis no existen los incentivos para hacerle frente. Sin embargo, la parte positiva es que los cambios pueden ser rápidos si se sitúan los incentivos en el lugar adecuado.

El modelo lineal de producción y consumo —conocido popularmente como deusar y tirar— que se desarrolló después de la II Guerra Mundial y aceleró a partir de los años 1970 y 80, está basado en la extracción de materias primas y su procesado en bienes de consumo que, tarde o temprano, acaban convistiéndose en residuos. En contraposición con el modelo lineal, desde las más altas estancias empresariales (en el 2010 se crea la Fundación Ellen MacArthur) y gubernamentales (en el 2015 se adopta la Agenda 2030 y se aprueba el Paquete de Economía Circular de la UE) se propone la adopción de una economía circular que tenga como objetivo principal preservar durante el mayor tiempo posible el valor de los productos, componentes y materiales dentro de la economía y que representa una “nueva” manera de concebir las relaciones entre los mercados, los clientes y los recursos naturales.

¿Cómo de circular es nuestra economía? Según el Circularity Gap Report [3] a economía mundial consume anualmente 100 mil millones de toneladas (100 gigatoneladas) de materiales y tan sólo un 8,6% tiene una segunda vida después del primer ciclo de uso. Es decir, que el año 2021 la economía mundial es un 91,4% lineal. Un 91,4% “de usar y tirar”.

¿Pero qué es la economía circular y mediante qué estrategias se lleva a cabo? La economía circular es un modelo económico orientado a la consecución de sistemas de producción y consumo más eficientes y resilientes que preserven los recursos dentro de un ciclo continuo y que optimicen su valor. Es decir, que afecta a toda la cadena de valor (incluyendo a los consumidores), considera todo tipo de recursos (materiales, energéticos, agua, emisiones, servicios, información, personas, territorio, etc.) y aspira a transformar al modelo lineal “de usar y tirar” en un modelo con cadenas de valor en red y circulares que aprovechen las oportunidades de negocio derivadas del nuevo paradigma.

La transición de las empresas hacia una economía circular requerirá cambios estructurales a varios niveles, ya que afecta a las estrategias de producto o servicio, procesos productivos, la estrategia de suministro, la estrategia organizativa, el modelo de negocio, etc. Estos son enormes retos empresariales, pero también sociales, tecnológicos y de gestión pública, pero pueden permitir a las empresas aprovechar las oportunidades que les proporciona la economía circular. Una oportunidad de 4,5 billones de dólares [4], lo que representa un gran potencial para el crecimiento económico global y de aceleración de la sociedad hacia un futuro sostenible. El diseño y desarrollo de nuevos modelos de negocio circulares está teniendo lugar en los diferentes niveles empresariales: grandes empresas, pymes y personas emprendedoras. Un grupo de empresas pioneras en sus respectivos sectores están liderando la adopción de conceptos empresariales ecoinnovadores y están consiguiendo aumentar su competitividad y reducir, al mismo tiempo, su impacto ambiental.

Sin embargo, el gran reto es pasar de un punto de partida formado por una constelación de casos de éxito inconexos entre ellos, rompiendo con la idea de empresa individual y acogiendo la idea de ecosistema empresarial, en el que toda la cadena de valor actúa en base a unos mismos objetivos con la cooperación como medio indispensable para el progreso.

Cada día millones de personas toman decisiones sobre materias primas, proveedores, sistemas logísticos y de transporte, diseño de productos y servicios, envases o sobre la gestión de residuos. Y es urgente que estos millones de decisiones individuales que se producen cada minuto en contextos empresariales, asociativos, cooperativos, domésticos o de la administración pública incorporen los costes y riesgos climáticos y ambientales. Las consecuencias de estas decisiones y la complejidad de las cadenas de valor se han puesto de manifiesto durante la crisis de la COVID-19, que a pesar de las consecuencias negativas que ha comportado, ha permitido hacer un experimento sin precedentes sobre lo que pasa cuando se para la economía mundial.

Un hecho muy interesante que ha evidenciado la crisis de la COVID-19 es que cuando la actividad humana se reduce, el medio se recupera, al menos aparentemente, de forma sorprendentemente rápida. Eso no deja de ser un hecho previsible, pero la medida extraordinaria del confinamiento de 2020 hizo posible evidenciarlo y poner datos. En cierta manera los meses más duros del inicio de la pandemia fueron como un experimento que permitió ver qué pasaría si los humanos nos detuviéramos. Tenemos ejemplos en la mejora de la calidad del aire, del agua, en la reducción de emisiones de CO2 o la menor presión sobre la biodiversidad. La aparición de estas noticias ha hecho que muchas personas hayan vinculado la crisis sanitaria con la crisis ambiental, sumando un deseo y una esperanza que la crisis actual sirva de momento fundacional de una nueva era más sostenible. Pero si la crisis sanitaria llega y, tarde o temprano, se va sin que en medio se hayan introducido cambios, la COVID-19 sólo habrá sido un paréntesis estéril ambientalmente y con un elevado coste social y económico. Si queremos que de este aprieto salga algo positivo para el planeta tendremos que poner alguna cosa más que esperanza; hay que exigir cambios –y aplicarlos– para mitigar la que, en palabras de Mariana Mazzucato [5], es la tercera gran crisis del capitalismo detrás de la sanitaria y la económica, el ambiental.

Las efímeras mejoras ambientales alcanzadas durante el confinamiento son el espejismo de una utopía que querríamos hacer real. Tenemos que alcanzarla, pero de forma organizada aplicando ambiciosas políticas climáticas y avanzando hacia una economía circular que conserve los recursos a través de la reparación, la reutilización o el reciclaje, no a través de una pandemia. Desgraciadamente parece que para activar cambios los humanos necesitamos sentir la emergencia en forma de amenaza inmediata sobre nosotros mismos. Cuando a inicios de 2020 veíamos la crisis sanitaria a China, o incluso en la vecina Italia, ésta parecía como si no fuera con nosotros. Y una cosa similar pasa con la crisis ambiental, de recursos y climática; durante los últimos años se ha popularizado el término “emergencia climática” para referirnos a la necesidad urgente de actuar para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero si la comparamos con la crisis de la COVID-19 que estamos sufriendo se hace evidente una gran diferencia entre sus escalas temporales. La primera aparece de la nada en cuestión de semanas y se erradicará en cuestión de meses o pocos años gracias a las vacunas. En cambio, la ambiental y climática aparece progresivamente, se ha ido agravando durante décadas, no existe una vacuna que solucione el problema, sino que hacen falta un conjunto de cambios complejos a todos los niveles, y si ahora de repente todos los países decidieran cumplir con el Acuerdo de Paris se tardarían todavía décadas a reducir las emisiones de forma significativa y siglos para reequilibrar las concentraciones de CO2 en la atmósfera.

Lo mismo pasa con la presión sobre la biodiversidad o la extracción de recursos para alimentar el modelo imperante de consumo de usar y tirar. Caemos en un dilema del prisionero de difícil solución donde la acción individual es necesaria, pero no suficiente, si no va acompañada de la cooperación de todos los agentes en un cambio colectivo y global. Las dos situaciones son emergencias, pero sólo vivimos la sanitaria como tal porque si no tomamos medidas hoy, mañana podemos enfermar. La causa y el efecto son próximos y la afectación es individual. Mientras que no actuar hoy para reducir las emisiones, la destrucción de la biodiversidad o hacer un uso inteligente de los recursos no tiene consecuencias evidentes a corto plazo y los efectos, cuando están, son difusos y colectivos. Es un terreno peligrosamente perfecto para la procrastinación que hace que no se aborde la emergencia cuando todavía es a tiempo de prevenir, o al menos mitigar, los efectos. O de ni siquiera trabajar para adaptarse a las consecuencias de la inacción.

La Agenda 2030 como instrumento para volver a la lógica circular

En este contexto, la Agenda 2030 ofrece un marco global de trabajo, una visión y unos objetivos compartidos que quieren enmendar, al menos parcialmente, las carencias del corto-terminismo en la toma de decisiones estratégicas.

Como estrategia de transformación sistémica, la economía circular se relaciona directa o indirectamente con varios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Teniendo el ODS 12 (Producción y consumo sostenibles) como punto de partida, la economía circular es también un poderoso instrumento para alcanzar el ODS 13 (Acción por el clima). El Circularity Gap Report 2021 estima que, si no aplicamos ningún cambio, nuestra economía lineal nos conducirá a un aumento de la temperatura media entre 3 y 6ºC respecto de los niveles pre-industriales a mediados del siglo XXI. Sin embargo, el mismo informe concluye que “sólo” duplicando la circularidad material actual, y pasando del 8,6% al 17% sería posible mantener el aumento de la temperatura media por debajo de los 1,5ºC.

Para consumir menos recursos y conservar dentro de la economía los recursos existentes hay que introducir los cambios estructurales antes mencionados, unos cambios sistémicos tanto en el ámbito de la producción, especialmente vinculados a el ODS 9 (Industria, innovación e infraestructura), como en el ámbito del consumo y las diferentes formas de organización y cooperación social, vinculados con el ODS 11 (Ciudades y comunidades sostenibles).

La economía circular es una economía más orgánica y descentralizada que enfatiza las relaciones y no pesa tanto sobre los nodos. Una economía que genera valor tanto a través de átomos como de los bits. En definitiva, una economía regenerativa y generadora de empleo local. Precisamente por eso, la economía circular también puede ser un elemento relevante para la consecución del ODS 8 (Trabajo decente y crecimiento económico).

Los procesos de adaptación y transformación hacia esta nueva realidad son un problema complejo que requiere liderazgo, coordinación y tracción desde los diferentes agentes que intervienen en la economía. El cambio que tenemos que hacer para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 no los impulsará sólo el tercer sector, la academia, la legislación, la empresa privada o el sector público por separado. Es importante el liderazgo público, para tener un papel mediador entre agentes, pero en la economía circular tienen que estar todos. Así pues, el ODS 17 (Alianzas para alcanzar los objetivos) se alza como el instrumento más potente para coordinar y movilizar a la sociedad y los agentes económicos hacia la acción circular. Para hacerlo será importante darse cuenta de que no son las organizaciones, sino las personas que forman parte de las organizaciones, las que construyen el cambio.

Las colaboraciones que hacen posible que las estrategias de economía circular se materialicen dentro de un ecosistema no surgen de manera espontánea ni inmediata. Hace falta trabajar las alianzas y desarrollar la figura del facilitador/a para identificar las oportunidades y articular la cooperación entre las partes interesadas. Pero sobre todo es especialmente importante hacer aflorar los costes ambientales y climáticos a través de la fiscalidad, porque es a través de estas señales que se incentiva la innovación y el desarrollo de soluciones más eficientes o sostenibles. Producir y consumir de forma sostenible tiene que ser la manera normal, la manera rentable y eficiente de producir y consumir. De hecho, lo era hasta que la anomalía histórica de los combustibles fósiles a gran escala entró en juego. Es importante ser conscientes de que el retorno hacia una economía sostenible, circular y descarbonizada es un viaje hacia adelante que aprende de las estrategias del pasado, las reformula y las actualiza.

En la introducción han aparecido algunos elementos que eran lo normal, dejaron de serlo y volverán a ser lo normal, pero con la tecnología y capacidades del siglo XXI. Por ejemplo, viajar en tren, la producción y consumo de proximidad o los envases reutilizables que formaban parte de la vida de mis abuelos ya vuelven a estar en la agenda política, empresarial y en el día a día de muchas personas.

REFERENCIAS

1 — Ellen Macarthur Foundation (2013). Towards the Circular Economy. Economic and business rationales for an accelerated transition. Disponible en línea.

2 — Francis Fukuyama (1992). The End of History and the Last Man. New York: The Free Press.

3 — Circularity Gap Report 2021. Disponible en línea.

4 — Lacy, P.; Rutqvist, J. (2015) Waste to Wealth – The Circular Economy Advantage. Palgrave Macmillan UK.

5 — Mariana Mazzucato. «La triple crisi del capitalisme». Artículo publicado en el Diari ARA el 3 de abril de 2020. Disponible en línea.


Jordi Oliver Solà es Doctor en Ciencias Ambientales (2009) y premio extraordinario de doctorado por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha obtenido un Corporate MBA (2018-19) por ESADE y un certificado en Estrategia de Negocio Sostenible (2020) por la Harvard Business School Online. Actualmente es cofundador y CEO de Inèdit, un estudio de ecoinnovación estratégica que desde 2009 acompaña a las empresas en su transición hacia la economía circular. Al mismo tiempo, escribe e investiga para el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB).

Artículo publicado en la revista Idees – 31.08.2021